martes, 5 de febrero de 2013


Siempre en mi corazón y 
en las estrellas también
Tacita de plata,
orejitas de pétalo de rosas.

-       Esa falda la compramos juntas en el Palermo con nombre moderno…..el Palermo Soho. Desde la cama de la habitación 414 del monstruoso, literal y figurativamente Hospital Naval, mi abuela me recordó aquella compra que hicimos juntas 4 primaveras atrás.

Adorada Abi, que desde siempre me corregiste el pollera por falda.
Pollera es donde se guardan los pollos.
Y yo con mi obstinación adolescente primero, y luego mi sensatez adulta, te discutía que, en castellano la lengua que nos rige a los argentinos, está bien dicho pollera.

Falda, pollera, pollera falda. Esta vez a los pies de tu cama, elegí no corregirte, solo te sonreí. Estabas tan chiquita, pura carita, pelo blanco, piel y huesos, linda siempre, elegante hasta el final. Solo cinco días para el hasta luego indefinido que nos separa ahora.

Negra y verde, algún brillo perdido por allá, un arabesco retorcido por acá. Original falda-pollera que ayer en tu entierro llevé puesta pensando en vos, pensando en mí. Para celebrar tanta vida juntas.

¿Quien tiene abuela a los 40 años? ¿Quien ha llegado a salir de compras por el Palermo moderno, a tomar el té en los majestuosos hoteles de la Avenida Alvear, a buscar a los bisnietos, mis propios hijos, a la salida del colegio?
Yo, agraciada yo. Que de corazón quisiera que muchos tuvieran este privilegio celestial.
Abuela hasta la mitad de la vida. Parece ciencia ficción, pero fue mi realidad, mi maravillosa realidad.

A ver a ver, date una vueltita, que lindo eso que tenés puesto, queridita.

Desde que recuerdo, me hiciste desfilar frente a vos cada vez que nos encontrábamos.
Frente a tu sonrisa orgullosa, yo giraba sin parar, un trompo de 5 años al que había que detener a cuatro manos para lograr definir el dobladillo de esos vestidos tipo chemisse que nos cosías a Agustina y a mí, a tus princesitas.
Princesas que rápidamente se convertían en Zorro, porque los vestidos venían envueltos en capas azabache con zetas gigantes y bravuconas. Y así salían disparadas a la terraza, esos dos angelitos rosa devenidos a Zorros temerarios.

Porque esa era tu esencia rosanegra, Abi, esa dama tan exquisita como niña aventurera. Alquimia perfecta de Grace Kelly y James Bond.

Se me mezclan tus recuerdos en la estancia de tu abuela con las compras de elegantísimos abrigos ingleses en la exclusiva Gath y Chavez.
Mi cuento preferido es aquel en el que, en secreto te levantabas de la siesta y ensillabas el caballo de tu hermano, que desconociendo su monta ligera, te hizo correr el Pellegrini por los campos vecinos.

O aquel otro, el de tu corte de pelo, cuando te decidiste por un peinado a lo garcon, a contrapelo con el dictado de la moda del momento, y pagaste a tres o cuarto peluquerías para obtenerlo. De este cuento siempre me fascinó su remate: llegar a tu casa y que tu papá francés te reciba con un satisfecho “Tres jolie parisienne”.

Siempre me hiciste sentir parte de la realeza, y aunque en la rebelión de mis quince enfrentaba tu “frivolidad” más tarde entendí que tenías razón, que yo era una verdadera princesa en tu corazón. Siempre la más linda, la más inteligente, la mejor vestida. Cuestión de abuelaje nomás.

Ahora, con algunos años más y una pizca de serenidad por ello,  le pido a Dios, y a vos Abi, que me bendigan a mí también con nietos a quienes alabar y llenar de mimos. Y si se puede bisnietos también! …..Mmmmm me parece que me engolosiné.

Frivolidad. Durante mucho tiempo juzgué a  personas que se detenían demasiado en la moda y en el diseño como superficiales, banales, demasiado terrenales, de vuelo bajo. Mezquina mi actitud.

Hoy, y de a poco, creo y quiero mirar diferente. 
Una estética pensada en lo personal y en los lugares donde uno transcurre, es el camino para adentrarnos y encontrarnos cada uno. Nos conocemos, nos definimos, nos conectamos con nosotros mismos. 
Es el bienestar personal, con los demás y con el mundo. Nuestro petite aporte creativo en la insuperable Creación.

¡Abi, cuántas charlas de gran calado y recuerdos intensos se nos dispararon desde un simple par de zapatos!

La noche anterior de cada día en que estuviste internada, yo separaba la ropa con la que te iría a visitar al día siguiente. 
Asi, en una semana desfilaron, y hasta bailotearon a los pies de tu cama Lee, el ya icónico enterito de jean, la falda-pollera que compramos juntas, las botas cortitas, modernosas  no sé si me gustan tanto pero te quedan bien, queridita;  y esa camisa de rayas multicolor que siempre te hizo sonreír.

Lo que ya no me decías estos días era tu clásico A ver a ver, date una vueltita, que lindo eso que tenés puesto, queridita.  Pero me lo decían tus ojos y los tantos años que me mimaste con ese tu Abracadabra de todas nuestras conversaciones. Charlas de vuelo altísimo, intensas. Tan altas que siguen calando profundo.

Admirar la estética de la cotidianeidad en el vestir, en el hablar, en los modales, en los hogares. 
La delicadeza  de la persona de bien. 
Disfrutar de la belleza diaria es el camino para gozar de la Belleza cósmica

Que linda es la ciudad donde vivimos, mirá esos árboles de otoño y la gente tan elegante,  comentaba mi abuela increíblemente borgeana.

Como cuando disfrutamos caminar por Buenos Aires cantando desprejuiciadas El día que me quieras, la rosa que engalana….te acordás, Abi? Sí, por Guido y Junín, plena Recoleta, tomadas del brazo.

Cuántas veces nos vestimos de fiesta con nuestros mejores colores y recorrimos juntas tu querida Avenida Santa Fé.

Cuántos tostados compartimos en sus bares, o confiterías como a vos te gustaba llamarlos, y yo divertida imaginaba esos espacios repletos de confites coloridos.

Y cuando Palermo se internacionalizó aggiornando su nombre,  comentamos sus vidrieras, soñando que viajábamos por remotas ciudades.

Y a tu adorado Teatro Colón, nunca le escatimaste alabanzas. Alabanzas que eran delicadas introducciones para revivir tus memorias de infancia, cuando te escondías entre bambalinas y conversabas con la aristocracia artística de la época, herencia de tu papá parisino hasta el caracú.

¿Te definí como exquisita dama mezcla de niña aventurera? Me faltó detallar que esa niña era una niña scout, siempre lista, dispuesta para todo y para todos.

Estuviste en todos, todos, sí todos mis actos escolares, puntualísima para tener la mejor ubicación, tu manos incansables me aplaudieron siempre.

Celebraste todos, todos, sí todos los acontecimientos de mi primera mitad de la vida. Mi nacimiento, ese relato tuyo tanto me gusta, cuando te anunciaron la llegada de tu primera nieta mujer. Mis cumpleaños, comunión, las presentaciones de baile, mi casamiento, los nacimientos de mis hijos, sus bautismos y sus cumpleaños.

Aclamaste todas, si todas las obras de Jóse, mi marido y “tu Jóse”, alabando su talento mientras tu corazón se hinchaba al vernos en escena a los dos.
Y en mis momentos más ásperos conté con tu compañía y tus increíblemente sanadores masajitos en los pies.

Levanto despacito las capas de mi corazón, lo espío con cuidado, temerosa de lo que pueda encontrar. Hay tristeza, bastante, hay agradecimiento, cada vez más, hay incertidumbre y también hay esperanza.

Hoy no estás conmigo, si llamo a tu casa no voy a escuchar tu particular y bien predispuesto “¿si?” al atender el teléfono.

Tengo que aprender a estar con vos de otra forma. A discernir y gozar de tu presencia en las rosas, los buenos modales, la música, en hacer masajitos en los pies, en las estrellas….. Ya nos encontraremos y será para siempre.


Carolina Tocalli
14 de mayo de 2010